Yaya
te he encontrado en este silencio
en una fe que me ha construido
tu pérdida.
He contraído el cuerpo
hasta disolverlo y hacerlo uno
con tu recuerdo;
estoy en ti cuando te hago presente
a través del pulso
del gen
de la sustancia última
de este linaje que nos brota.
He aprendido a rezar
en otro idioma distinto al tuyo
no a tu Dios, pero sí al mío,
que son la misma cosa.
Y me elevo con la certeza
de que estás izando el vuelo.
De que hay en mi madre una nueva verdad
traída del duelo,
sostenida con un hilo de vida
que se ha transformado en devenir.
Estoy aprendiendo a cantar
entretejiendo todas nuestras voces
en un himno que se
sana
dándolo a luz;
y recorro el vestigio del puente
que has levantado
para permitirnos cruzar.
He encontrado un lugar
para traerte de vuelta.
¡ha sido tan sencillo!
encender una vela
como tantas veces te vi hacer
encender una vela
en ese acto radical de servicio.
encender aquella vela
roja
dejarla arder toda la noche
en la cocina.
Yo me preguntaba
¿de qué servirá?
¿de qué servirá?
tú decías que había que creer
¿en qué?
(...)
Y es que no sería sino
a través de la lección de tu partida,
Yaya,
que encendería esta vela
para encontrarte.
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